Cuatro Ciénegas, una expedición a los orígenes

Pozas azules, Pronatura.

Un viaje a los orígenes, un lugar donde el tiempo se detuvo, guardando a nuestros ancestros más primitivos (no, no hablo de los primates): se trata de unas bacterias que tienen más 3,500 millones de años y que sobrevivieron a las cinco extinciones masivas del planeta.

Suena mucho más encantador el cuento de hadas de Adán y Eva, pero la realidad científica es que venimos de una pequeña bacteria llamada Luca, (Last Universal Common Ancestor). Espero que no me quemen en la hoguera por decir esto.

Me encanta pensar que veníamos del Edén; sin embargo, parece que todos surgimos del mismísimo infierno: el de las entrañas del corazón de la Tierra. Y gracias al magma que late en los humedales, las pozas, los pulmones de Gaia, es que todos tenemos un pedacito de magma en nuestro corazón ardiente universal.

Después de varios días de casi calcinarme en el desierto, llegué a Cuatro Ciénegas, el pueblo de Venustiano Carranza, papá de la Constitución. Lo primero que hice fue correr al primer bar que encontré abierto y me sumergí en una cerveza helada. Esa agüita dorada hidrató mis ideas y puso mis bichos en paz, llegando a la la conclusión que tenemos más bacterias que estrellas en el universo. En vez de decir: ”¡Salud, por todas mis relaciones!“, desde ahora diré: ”¡Salud, por todo mis microbios!

Pozas azules, Pronatura.

Quién hubiera dicho que estos diminutos seres fueron los arquitectos que diseñaron nuestro planeta azul. Por si esto fuera poco, también son los padres de la fotosíntesis de las plantas, del sustento de los animales y de todos los seres vivos: son los responsables del oxígeno que respiramos.

El paisaje en esta zona es muy parecido a la superficie de Marte: es como una “sopa primigenia”, llena de croûtons de estromatolitos, condimentada con azufre; además de grandes cantidades de minerales y materia llegada al planeta en meteoritos. La zona, antiguamente, era habitada sólo de tanto en tanto, pues los pueblos que vivían aquí eran fundamentalmente nómadas. Los tórridos colores del paisaje delatan las temperaturas. No son propiamente hospitalarias para el humano. Sin agua a la mano y sin ropa adecuada, este viaje hubiera sido agónico.

Apalone Spinifera

Por fortuna, tuve la grandiosa oportunidad de darme un baño prehistórico en los antiguos dominios de los dinosaurios y nadé en sus aguas llenas de colores, tortugas y peces endémicos, que han vivido ahí desde hace millones de años.

Ahora, más que nunca, no tengo duda de que, para sobrevivir en el futuro, tenemos que entender el pasado, desde el Big Bang. Por algo, la NASA, científicos, geólogos, biólogos, astrobiólogos, permacultores y curiosos (como yo), no han dejado de venir a este lugar en busca de respuestas sobre la evolución de la vida y para comprender mejor a estos pequeños bichitos… que resisten más que los mamuts.

Entendiendo la evolución, tal vez podamos desarrollar ideas que regeneren la Naturaleza y la sanen del desastre que hicimos en la Tierra en tan sólo 262 años (de los 4,700 millones que lleva la vida en el planeta), cuando empezó la Revolución Industrial, y algún inconsciente (o un especialista en humor negro) la llamó ”progreso”.

En este extraño viaje, entendí que la función más importante de profundizar en el estudio de la ecología es comprender las consecuencias de los eventos que alteran el equilibrio de la vida.

Buscando meteoritos, puntas de flechas y algunos fósiles, Paredón, Coahuila

Ojalá que este lugar sea bien protegido y se conserve siempre, porque los campos de alfalfa se están chupando toda el agua y se están secando las pozas. Toda el agua del la zona está conectada en el subsuelo. Ese inframundo es el laboratorio de seres vivientes desde hace millones de años. Si se sigue extrayendo su líquido al ritmo actual, los científicos calculan que en cinco años se habrá destruido este hábitat. El desierto, por decirlo así, se desertifica; y eso no es nada bueno, porque aquí habitan también muchas especies endémicas más jóvenes que las bacterias ya mencionadas. La muerte las ronda ya y ya ha cobrado infinidad de víctimas.

Tuve el honor de ser invitado a documentar el trabajo de la reconocida astrobióloga Valeria Souza, quien lleva más de 20 años investigando, en esta zona, la evolución molecular de nuestros orígenes. Ella forma parte de la Academia Estadounidense de Ciencias y Artes, una institución por donde pasaron gigantes como Darwin, Einstein y unos 200 premios Nobel. Además, Valeria colabora con la NASA en estos estudios.

En esta aventura, nos acompañó Arturo Gonzalez Arturo González, biólogo, arqueólogo, paleontólogo y artista, fundador y director del Museo del Desierto, reconocido con los premios Rolex por descubrir los primeros humanos de América.

Gracias a los científicos Óscar Carranza, Francisco J. Vega, Arturo Becerra Brancho y a la Sociedad Científica Mexicana de Ecología, A.C. como organizadores y Conacyt por su apoyo.

Este buen viaje ha sido una experiencia inolvidable, rodeado de gigantes de la ciencia. ¡Gracias, Valeria, por esta oportunidad! ¡Gracias por invitarme a documentar tu trabajo!

Me gustaría cerrar con broche oro este artículo, alguna frase con buena lírica o con una contundente conclusión. En cambio, lo que llega a mi mente son más y más preguntas, que encuentran en mi corazón espacio para inquietarlo y volverlo aun más curioso:

¿Estarán los más profundos secretos de la vida guardados en estas pozas?

¿Se jugará aquí la última carta de nuestra supervivencia?

¿Se pondrá a prueba aquí el secreto de la permacultura?

¿Qué trajo a los dinosaurios precisamente a esta región para morir?


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