Un Celta Forjador en Pleno Siglo XXI

Fue en el regreso de nuestra escapada al mar y al bosque, acompañado por la Amazona (Diana, mi esposa) y el Pequeño Dragoncito (nuestro hijo) cuando nos topamos con una escena sacada de un cuento épico. A una hora de Pazcuaro, apareció ante nosotros un celta forjador que parecía haberse escapado de la era medieval.

Nos recibió con su atuendo típico, con sus vistosas polleras y nos invitó a su recién construido templo en súper adobe. Allí, comenzó a mostrarnos su increíble colección de espadas vikingas, medievales y celtas. Entre ellas, algunas del Renacimiento y una gran variedad de cuchillos y armas de estilo escandinavo, celta y vikingo. ¡Incluso hachas tomahawk y escoceces, armas tácticas y machetes filipinos! Era como estar en un museo de historia viviente.

Curiosos por conocer más sobre este singular personaje, le preguntamos acerca de su religión, de sus creencia. Así, nos adentramos en un mundo lleno de creencias ancestrales y mitología nórdica, guiados por nuestro anfitrión.

Después de unos diez minutos, nos condujo a su taller. Allí, tomando un poco de pasto seco y unas piedras, creó las primeras chispas como lo harían los cavernícolas. Nos quedamos asombrados al ver cómo encendía el fuego en el horno infernal, que alcanzaba temperaturas superiores a los 900 grados. Tomó un pedazo de metal, probablemente rescatado de alguna chatarrería, lo calentó al rojo vivo y lo colocó sobre el yunque. Con un martillo digno de Thor, comenzó a forjar una espada, golpe tras golpe, llenando el aire con el sonido resonante de su labor.

Inspirados por su habilidad y entusiasmo, pronto organizamos un taller medieval para crear nuestras propias armas. Pero no solo eso, ¡también nos servirían para cortar quesos y carnes en nuestras futuras celebraciones! Porque, ¿quién dijo que no se puede combinar lo práctico con lo épico?

Así concluyó nuestra increíble aventura, donde la historia se mezcló con la realidad y donde un encuentro fortuito nos llevó a descubrir la pasión de un Celta forjador en pleno siglo XXI. Porque en cada viaje, en cada encuentro, hay una historia por contar y un mundo por explorar.

Gracias Javier Brito Bretòn y familia por esta experiencia que quedó forjada en nuestros tres corazones.

Anterior
Anterior

El Bosque soñó y los bonos de carbono atrapó

Siguiente
Siguiente

Selva Amazonas, Putumayo, el Diviso