¡Un sueño de altura… hecho realidad! Iztaccíhuat

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Llegué al vientre de la Mujer Dormida (5,100 metros de altura y 1.7 millones de años de antigüedad): la experiencia más extrema de mi vida. Sólo me faltaron 100 metros para llegar a su cabeza, su cima, pero, en estas majestuosas montañas, cada metro es un reto, sobre todo si es tu primera vez.

Antes de subir, algunas personas me preguntaron: ¿Qué sentido tiene sufrir tanto? ¿Para qué haces estas cosas?

Mi respuesta fue:

Estos desafíos significan mucho más que presumir cuántos metros logré ascender, o en cuánto tiempo lo hice, porque todo es diferente cuando luchas para que tu corazón no se te salga del pecho o que la cabeza no te explote de dolor por la presión de altura, o que te dé hipotermia por la lluvia y los vientos huracanados y helados, inferiores incluso a los 7 °C bajo cero, que congelan hasta la más bonita sonrisa, o que se venga una avalancha de rocas directo a tu cabeza y entiendas que el casco (que te exijan que lleves) no serviría de nada si te impactan, o que te resbales en algún principio por perder al guía en la noche.

Superar todo esto, siento que me ayuda a vencer mis límites mentales para el día a día con mi vida, mi trabajo y mis relaciones, pero, sobre todo, para ser más humano, apreciar, cuidar y valorar más la naturaleza. Intentar ser un súper humano rompe-records es un asunto trivial, comparado con esta majestuosidad y la hondura de la experiencia.

Todo comenzó cuando llegamos a El Paso de Cortés, que queda a unas dos horas de la Ciudad de México; nos registramos y subimos en auto para llegar a La Joyita, el parque nacional del “Izta”, que cuenta con 40,000 hectáreas, santuario que fue declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco y que comprende los estados de México, Puebla y Morelos.

Al llegar a las faldas del volcán, di inicio a mi experencia con un ritual, como es mi costumbre, marcando mi estrella guía de Venus, mi símbolo, en la arena; pidiendo los permisos a los guardianes del lugar y a los guardianes del buen viaje. Luego invoqué al comandante don Antonio Velasco Piña, autor del mítico libro Regina, y a su maestro Ayocuan, autor del libro La mujer dormida debe dar a luz. Ofrendé un poco de agua, que don Toño había recogido en su última caminata por el volcán, líquido que, un día antes, Tiza Pando me regaló en La Casa del Árbol.

Antes de subir, también pedí a mi oráculo dos animales de poder, como protección. Me tocó el oso polar y el cuervo; ellos me acompañaron en este duro camino, uno para no tener tanto frío y el otro para conectar mejor con los espíritus de la montaña.

Así empieza la aventura de subir, en dos días, a la gran guerrera dormida, empezando por sus pies.

Salimos a las tres de la tarde. No pasó mucho tiempo antes de que nos recibiera la lluvia, con vientos helados y neblina. Al paso que nos obligó a ir este clima, nos retrasamos; ya era denoche cuando llegamos al refugio. De hecho, el reloj marcaba las 10. Este refugio es como una lata de sardinas en medio de la nada. Dispone de algunas literas y muy poco más. Intentamos dormir (cosa que nos fue imposible, por el frío y el dolor de cabeza). Nos levantamos a las 3:33 am y nos encaminamos hacia la cima.

Ésta fue una de las partes más difíciles del ascenso. A cada paso pensaba en renunciar. El guía me dijo que caminará como si fuera pingüino y que respirara inhalando en dos tiempos y exhalando de igual modo. Así me convertí de pronto en este simpático animal y, me fui quedando atrás… hasta que perdí de vista al guía. A partir de este instante, todo se me hizo aun más difícil. Busqué mi conexión con el cuervo para escuchar a los espíritus. Ellos me hablaron y me dieron cuerda para seguir subiendo… como un zombie poseído.

Cuando, por fin, comenzó a amanecer, ese rojo fuego abrigó poco a poco las cumbres y, al rato, la nieve blanca empezó a brillar. Sólo entonces paré a tomar un respiro. El tiempo se detuvo por un instante. Vi a mi alrededor aquellos gigantes que me estaban contemplando:

* El Popocatépetl

* El Pico de Orizaba

* La Malinche

* El Cofre de Perote

* El Nevado de Toluca

…un lugar, sin duda, más cerca de DIOS.

Como dije, paramos antes de llegar al ombligo del Iztaccíhuatl. Un rato después, comenzó el descenso. La parte más alta la hicimos a rapel, con casco y crampones. Fue lo más duro para mí, sobre todo en el llamado “Paso de Jabón”, porque es donde resbalas, en cada suspiro, como culo con patín.

Cómo decía el gran George Orwell, ”vivir no es lo importante. Triunfar o llegar la cima no es nada. Lo importante es saber mantenerse humano”.

Gracias, Santa Patrona de las Alturas, por cuidarme; gracias Sebastian Acosta Quiroz, por invitarme a cumplir este sueño; gracias, Carlos Figueroa, por ser mi guía; y gracias, Luis Cristobal por las pláticas.

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